«Se nos iba y volvió a la vida»: Lucía y el milagro que salvó a su mamá

«Mi mamá así no se va a morir. Así no. No saben lo que es esta mujer. Ella no va a permitir que le arrebaten la vida. Así no», le está diciendo Lucía Lorca a los médicos del hospital Padilla el día después de la noche que cambió su vida. Su mamá, Lucila Alejandra del Carmen De Zan, viajaba al lado de su marido, Gustavo Lorca Albornoz, en un Renault Megane. Volvían a la madrugada por la avenida Perón y Bascary: él conducía mientras ella comía algo hasta que de repente un Corolla, apareció por detrás y llegó a tal velocidad que el lomo de burro fue una rampa y cayó encima del techo de Gustavo y Lucila Alejandra.
Mientras todo esto pasaba, Lucía cuidaba a un sobrino en el centro tucumano. A horas del accidente, su tío la fue a buscar y le avisó qué había pasado sin mayores precisiones. «Sólo sabía que los habían chocado. Cuando le pregunté si estaban concientes y me dijo que mi papá sí, pero mi mamá, no, me preocupé«, relata la estudiante de Ciencias de la Educación, la mayor de cinco hermanas, ya en el hospital Padilla siguiendo con la tensión en el cuerpo y el nudo en la garganta el minuto a minuto que dan inicio a una cadena de milagros que hoy Lucía se anima a contar por primera vez en el diálogo con el periodista Alfredo Aráoz, del diario eltucumano.com.
«Cuando les cae el auto encima, tiempo después pude ver las fotos del accidente. Se nota que hay una burbuja encima de mi papá y mi mamá que los protegió. Los dos venían con el cinturón de seguridad. Mi papá sufrió la fractura del brazo, pero nada más. Mi mamá venía comiendo y cuando fue el impacto se broncoasfixió. Logró salir del auto para pedir ayuda pero se desmaya, cae al suelo y se golpea la cabeza. Ahí sufre el primer paro cardíaco. En ese momento aparece Emilio Díaz, el primer ángel de esta historia«, revela Lucía, con las pausas lógicas del caso, en el contexto del hecho que marcó el 2018.
Emilio Díaz es un médico que trabajaba de hecho en el hospital Padilla y esa noche volvía a su casa porque al día siguiente estaba de guardia. «Cuando llega a la escena le toma el pulso a mi mamá y estaba muerta. Durante 20 minutos estuvo muerta. Le hizo reanimación luego de que llegó la Policía. Mi mamá estaba en la calle, tapada con campera cuando reaccionó, pero durante el traslado sufrió el segundo paro cardíaco y la trasladaron al Padilla. Si no aparecía Emilio, nada de lo que pasó después hubiera sucedido».
Lo que sucedió después fue una película de imágenes reales simultáneas de llantos, corridas, delantales blancos, fríos pasillos de espera, ruegos a la imagen de Jesús y velas al altar de la Virgen María, en el primer piso del Hospital Padilla. Lucía Lorca está ahí, desbordada por la situación, y lo único que escucha de los médicos es: «El estado es crítico», «El estado es delicado», «Crítico», «Delicado», «Hay decisiones que tomar», «Lo único que le queda es rezar», y la cama disponible que no aparecía para su madre, quien había sufrido la fractura de dos costillas, la clavícula, una infección biopulmonar, fracturas en la columna cervical, le extirparon el bazo y lo ya relatado.
A la espera de una cama para su madre, la doctora Maldonado insiste que Lucía debe tomar una decisión: «Mi mamá se encontraba en el shock-room y no había cama. Habíamos averiguado en un sanatorio privado y necesitaba 16 mil pesos y en el bolsillo tenía 20 pesos. Somos todas estudiantes y no teníamos esa plata ni el tiempo para conseguirla. Además, mi mamá siempre nos había recalcado: ‘Lo público, mis hijas, siempre lo público es lo mejor’. ¡No quería que mi mamá se muriera por no tener 16 mil pesos!«. Con ese pensamiento, Lucía sale a tomar aire a la calle, a tratar de despejarse y acomodar las ideas, los pasos a seguir, cuando la cadena de milagros suma otro eslabón: «Apareció Anita en ese momento. Viene directamente a mí y me dice: ‘¿Lucía? Hay una cama disponible para tu mamá».
Ana es una señora que apareció en ese momento y nunca más se despegó de Lucía: «Es parte de mi familia, es mi familia, es mi tía». Eso le está diciendo Lucía a una compañera en un departamento cercano al Padilla, cerca de las Hermanas Esclavas, cuando escucha lo que ella entiende como otra señal divina: «María pasa por aquí y todo se transforma». Horas después, los sucesos comienzan a sucederse: Lucía toma el 101 para bajarse en la estación cercana al hospital, pero se baja mal, a unas cuadras: «Cruzo la calle, estaba helado y era de noche. Levanto la mirada y reconozco a Emilio, quien había socorrido a mi mamá en la Perón».
Al cuarto día de la internación y luego de haber estado en coma inducido, Lucila Alejandra del Carmen De Zan, la esposa de Gustavo, la mamá de Lucía, Belén, Elisa, Agustina y Fernanda, despertó. Lucía rompe en llanto cuando ve a su madre e ignora los pronósticos médicos: «Va a ser respiradora dependiente», «No va a volver a caminar». Pasan los días, pasan las horas, la evolución continúa siendo favorable. «Nos comunicábamos por gestos: un parpadeo era sí, dos parpadeos eran no. Hasta que le quitan el respirador y mi mamá por primera vez en todo ese tiempo puede hablar y me dice: ‘Me quiero ir’. Yo entro en un llanto desesperado. ‘No podés hacerme esto’, le digo, desconsolada. Pensaba que se quería ir de este mundo, que se quería morir. Hasta que bajito me dice tres veces intentando calmarme: ‘Callate, callate, callate. Me quiero ir de aquí, me quiero ir con ustedes a la casa’«.
Antes de tomar cualquier decisión, la mamá de Lucía, luego de algunos días que sólo dormía, despierta nuevamente y le señala la punta de sus pies: «Mi mamá me indica la punta de la cama y me pregunta: ‘¿Quién está ahí? ¿Quién está ahí parado al frente?’ («Perdón, es muy fuerte contarlo», se interrumpe Lucía) Mi mamá estaba viendo a mis abuelos alrededor de ella, ya los había visto alrededor del auto, cuidándola, de rodilla, pidiendo por nosotras. En ese momento me confiesa que durante el tiempo que estuvo muerta, se fue y sintió mucha paz. Pero quiso volver. Volvió de la muerte«.
La historia hasta aquí relatada, basada en la fe, en el agradecimiento absoluto a todo el personal del hospital Padilla, y a todas las personas que ayudaron de alguna manera a solventar los gastos, justamente como le había enseñado su mamá cuando había que pagar los viajes del colegio, esta historia tiene el capítulo más feliz el 14 de noviembre cuando Lucila Alejandra del Carmen De Zan, seis meses después de haber estado internada, recibía el alta y salía en silla de ruedas con un hermoso arreglo de flores en su cabeza y un ramo de rosas ante la ovación de los trabajadores del hospital, el beso de Gustavo, su marido, y la foto tomada por Lucía, la foto que registra la emoción de una madre que ha luchado por su vida y está de nuevo en su casa de Yerba Buena junto a sus hijas.
Es una foto que ha emocionado a muchísimos tucumanos en las redes sociales y que Lucía, a modo de cierre, explica: «Hace seis meses que no veía la calle. Hubo tanta gente que nos acompañó en este tiempo. Hay muchas personas que nos ayudaron. Necesitaba escribir y dar las gracias. Las situaciones difíciles siempre te dejan algo bueno. En lugar de preguntarme ¿Por qué a mí? empecé a preguntarme ¿Para qué? Le dije a Dios en el momento más crítico: ‘Si tenés que llevarte a mi mamá, llevatela’. Pero aquí está con nosotros, poniéndose bien, demostrando una vez más que la Fe y el amor todo, absolutamente todo lo pueden».

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