Abejas Argentinas -Recuerdo entrañable de Ramón Leoni Pinto-

ABEJAS ARGENTINAS
-Recuerdo entrañable de Ramón Leoni Pinto-
 
Parece que el Buen Dios se está engolosinando con esto de llevarse los buenos amigos junto a Sí.  Antes llamó a Arturo1, ahora llama a Ramón. Ponsati y Leoni Pinto vivieron los últimos meses de sus vidas terrenas atravesando un análogo calvario de pesares. El propio Ramón, cuando murió Arturo, me dijo: “se fue mi compañero de dolores”. Los que quedamos de este lado del gran paso, con un nudo en la garganta y con lágrimas en los ojos, somos testigos comprometidos de la fe, la esperanza y del amor que ellos encarnaron. Con esa mezcla agridulce de alegría –por él- y desconsuelo –por nosotros-, me animo a hilvanar unos recuerdos entrañables evocando al amigo.
Ramón pasó por esta vida haciendo el bien a manos llenas; fue un hombre bueno, en el buen sentido de la palabra bueno, diría el poeta. Su humildad, su generosidad y su actitud de servicio se entrelazaban y abrazaban en los gestos de afecto que prodigaba a todo el que se le acercara, o a todos a quienes él salía al encuentro. Y no somos pocos los felices agraciados por su cordial afecto en esos diálogos del cara a cara, del yo-tú. Ir a visitarlo al archivo de La Gaceta, en el tercer piso, y de ahí bajar a tomar un café, era un rito que muchos de nosotros practicábamos con la confianza, jamás defraudada, que saldríamos más enriquecidos y más alegres de lo que habíamos llegado. Sea cual fuere la preocupación o el “entripado” que tuviéramos, Ramón estaba siempre allí, a nuestra entera disposición, para darnos un texto que nos podía servir para un trabajo, para brindarnos una información que estábamos buscando, para alegrarse con nuestras alegrías o para llorar junto a nosotros.
Hacía el bien sin mirar a quien, esta frase hecha pinta a Ramón de cuerpo entero. Como pide el Evangelio, amaba primero y amaba a todos, no hacía acepción de personas. Su mano generosa estaba abierta para todo el que se le aproximara, o a todos a quienes el se aprojimó… y aquí también, los felices agraciados, somos legión. No hacía distinción entre grande o pequeño, rico o pobre, liberto o esclavos, a todos nos trataba como si fuésemos Cristo mismo. En tren de confidencias admito hoy en público lo que nunca me animé a confesarle en privado: esa capacidad de amar de Ramón, me incomodaba, como creo que incomoda el amor verdadero a los que no sabemos amar como él lo hacía: amaba primero y amaba a todos. Ese corazón suyo, humilde y generoso, apabullaba los nuestros, más soberbios y más mezquinos.
“¿Qué estás leyendo?” disparaba tempranero Ramón para abrir el diálogo. Y a continuación empezaba a hilar las mil y un referencias que lo podían ayudar a uno. Lo que estaba leyendo últimamente era su trabajo: “Obra y Pensamiento Historiográfico de Bernardo Canal Feijoo”. Le había prometido que para esta semana escribiría2 un comentario para esta columna. Y uno de los nudos para mí más interesantes del libro está en su comparación entre el tucumano Alberdi y el santiagueño Canal Feijoo. Compara allí dos metáforas de la Argentina: un enjambre de abejas que flota o un enjambre de abejas que vuela. Ramón, un santiagueño aquerenciado en Tucumán, contrapone el nacionalismo entrañable del santiagueño frente al nacionalismo alberdiano, “centrado en lo foráneo”. Y Canal Feijoo, precisamente, criticó la política extranjerizante de la generación del 80, “respetuosa de los ideales del tucumano y creadora de un país extraño a sí mismo”. No un país entrañable, como el país que contribuyó a forjar Ramón Leoni Pinto con su vida, sus trabajos, sus amores.
 
Fábula de una abeja pesimista: “Por arriba, tonta”, o las enseñanzas camperas cristianas para salvar las abejas
 
Leoni Pinto ilustró la crítica de Canal Feijoo a Alberdi en lo que llamó “la gran metáfora nacional”. El tucumano, para dar cuenta de la unidad de voluntad y de espíritu público argentino, lo comparó con un enjambre de abejas flotando en el aire, sin desmembrarse. En sucesivas versiones, aclara Leoni Pinto, el santiagueño cambió el verbo “flotar” por “volar”, porque un “enjambre flotando” significaba algo estático, pasivo, sin rumbo, correspondiendo a un “país extraño a sí mismo”. Un “enjambre volando”, en cambio, habla de una identidad nacional dirigida al norte de un país entrañable, el de Canal Feijoo y el de Leoni Pinto.
Pero hay otras “abejas argentinas” que Ramón quería aún más entrañablemente; eran las abejas que el padre Leonardo Castellani pintó en sus fábulas Camperas. La titulada “La abeja pesimista” me parece hoy la más oportuna para poner en palabras el último viaje de Ramón. Cuando joven Leoni Pinto había abrazado con pasión los ideales del catolicismo argentino. Su corazón y su mente, siempre abiertos, humildes y generosos, discurrieron hasta llegar al atardecer de su vida, en el cual, dicho con el verbo de San Juan de la Cruz, su corazón volvió a encenderse con la Llama de Amor Vida de Jesucristo. Preparaba su partieda releyendo y meditando el Evangelio y algunos textos muy importantes para él, como los del padre Castellani.
Este jesuita y gran polígrafo argentino, en buena medida, alcanza la estatura del genio de un Chesterton criollo. Algunos de sus textos, como los de estas fábulas “camperas”, son una muestra acabada del acerado polemista cristiano, librando el bueno combate de su fe en Jesucristo, en aras de la buena teología, con las armas de la buena pluma, en el campo de batalla de la filosofía, la política y la historia. Todo esto suena muy complicado; es mucho más simple. Póngase  a pensar cómo le contaría a un niño, con lenguaje de niño, lo absurdo de la vida del hombre sin Dios; hágalo en menos dee cuatro carillas, y, si tiene el talento filosófico, genio literario, y no ha perdido totalmente su alma de niño, escribirá algo parecido a “la abeja pesimista” de Leonardo Castellani.
Glosemos la fábula. ¿Qué pasa si se deja solo con sus pensamientos a un chico enfermo, en una larga convalecencia, en un somnoliento y polvoroso pueblo santafesino? Se convierte en filósofo, dice nuestra fábula. Un día entra una abeja por la banderola de la habitación, se posa en una tasa de té con miel, pesada, alza vuelo, y como un proyectil se estrella con el vidrio. Una, dos, tres, veinte veces, cayendo atontada… Se para en el travesaño y se pone a pensar. Se pone a filosofar.
¡Pobre abeja! Tiene un instinto de volar hacia la luz; pero cada vez que va hacia ella se da un golpe en la cabeza. Yo no podía levantarme y abrirle, dice el niño convaleciente. “Por arriba, tonta. Hay que volar arriba, abeja, por donde entraste”. Ay, esa luz de afuera; si te busco me hiero, si no te busco, me muero. Abeja pesimista, no estarás buscando mal. ¿Por qué no buscas allá arriba?
 
 
 
 
 
Ramón Eduardo Ruiz Pesce
1 Artículo publicado en Siglo XXI, el Domingo 26 de Abril de 1998. Dos semanas antes, el Domingo 12 de Abril, en el mismo diario, había publicado el artículo evocando a Arturo Ponsati: “Feliz espiga madura, feliz trigo molido, Feliz Pascua de Arturo”.
2 En la página dominical que escribía para Siglo XXI

*Publicación original: Siglo XXI, 26 abril de 1998.

Parece que el Buen Dios se está engolosinando con esto de llevarse los buenos amigos junto a Sí.  Antes llamó a Arturo1, ahora llama a Ramón. Ponsati y Leoni Pinto vivieron los últimos meses de sus vidas terrenas atravesando un análogo calvario de pesares. El propio Ramón, cuando murió Arturo, me dijo: “se fue mi compañero de dolores”. Los que quedamos de este lado del gran paso, con un nudo en la garganta y con lágrimas en los ojos, somos testigos comprometidos de la fe, la esperanza y del amor que ellos encarnaron. Con esa mezcla agridulce de alegría –por él- y desconsuelo –por nosotros-, me animo a hilvanar unos recuerdos entrañables evocando al amigo.

Ramón pasó por esta vida haciendo el bien a manos llenas; fue un hombre bueno, en el buen sentido de la palabra bueno, diría el poeta. Su humildad, su generosidad y su actitud de servicio se entrelazaban y abrazaban en los gestos de afecto que prodigaba a todo el que se le acercara, o a todos a quienes él salía al encuentro. Y no somos pocos los felices agraciados por su cordial afecto en esos diálogos del cara a cara, del yo-tú. Ir a visitarlo al archivo de La Gaceta, en el tercer piso, y de ahí bajar a tomar un café, era un rito que muchos de nosotros practicábamos con la confianza, jamás defraudada, que saldríamos más enriquecidos y más alegres de lo que habíamos llegado. Sea cual fuere la preocupación o el “entripado” que tuviéramos, Ramón estaba siempre allí, a nuestra entera disposición, para darnos un texto que nos podía servir para un trabajo, para brindarnos una información que estábamos buscando, para alegrarse con nuestras alegrías o para llorar junto a nosotros.

Hacía el bien sin mirar a quien, esta frase hecha pinta a Ramón de cuerpo entero. Como pide el Evangelio, amaba primero y amaba a todos, no hacía acepción de personas. Su mano generosa estaba abierta para todo el que se le aproximara, o a todos a quienes el se aprojimó… y aquí también, los felices agraciados, somos legión. No hacía distinción entre grande o pequeño, rico o pobre, liberto o esclavos, a todos nos trataba como si fuésemos Cristo mismo. En tren de confidencias admito hoy en público lo que nunca me animé a confesarle en privado: esa capacidad de amar de Ramón, me incomodaba, como creo que incomoda el amor verdadero a los que no sabemos amar como él lo hacía: amaba primero y amaba a todos. Ese corazón suyo, humilde y generoso, apabullaba los nuestros, más soberbios y más mezquinos.

“¿Qué estás leyendo?” disparaba tempranero Ramón para abrir el diálogo. Y a continuación empezaba a hilar las mil y un referencias que lo podían ayudar a uno. Lo que estaba leyendo últimamente era su trabajo: “Obra y Pensamiento Historiográfico de Bernardo Canal Feijoo”. Le había prometido que para esta semana escribiría2 un comentario para esta columna. Y uno de los nudos para mí más interesantes del libro está en su comparación entre el tucumano Alberdi y el santiagueño Canal Feijoo. Compara allí dos metáforas de la Argentina: un enjambre de abejas que flota o un enjambre de abejas que vuela. Ramón, un santiagueño aquerenciado en Tucumán, contrapone el nacionalismo entrañable del santiagueño frente al nacionalismo alberdiano, “centrado en lo foráneo”. Y Canal Feijoo, precisamente, criticó la política extranjerizante de la generación del 80, “respetuosa de los ideales del tucumano y creadora de un país extraño a sí mismo”. No un país entrañable, como el país que contribuyó a forjar Ramón Leoni Pinto con su vida, sus trabajos, sus amores. 

Fábula de una abeja pesimista: “Por arriba, tonta”, o las enseñanzas camperas cristianas para salvar las abejas

 Leoni Pinto ilustró la crítica de Canal Feijoo a Alberdi en lo que llamó “la gran metáfora nacional”. El tucumano, para dar cuenta de la unidad de voluntad y de espíritu público argentino, lo comparó con un enjambre de abejas flotando en el aire, sin desmembrarse. En sucesivas versiones, aclara Leoni Pinto, el santiagueño cambió el verbo “flotar” por “volar”, porque un “enjambre flotando” significaba algo estático, pasivo, sin rumbo, correspondiendo a un “país extraño a sí mismo”. Un “enjambre volando”, en cambio, habla de una identidad nacional dirigida al norte de un país entrañable, el de Canal Feijoo y el de Leoni Pinto.

Pero hay otras “abejas argentinas” que Ramón quería aún más entrañablemente; eran las abejas que el padre Leonardo Castellani pintó en sus fábulas Camperas. La titulada “La abeja pesimista” me parece hoy la más oportuna para poner en palabras el último viaje de Ramón. Cuando joven Leoni Pinto había abrazado con pasión los ideales del catolicismo argentino. Su corazón y su mente, siempre abiertos, humildes y generosos, discurrieron hasta llegar al atardecer de su vida, en el cual, dicho con el verbo de San Juan de la Cruz, su corazón volvió a encenderse con la Llama de Amor Vida de Jesucristo. Preparaba su partieda releyendo y meditando el Evangelio y algunos textos muy importantes para él, como los del padre Castellani.

Este jesuita y gran polígrafo argentino, en buena medida, alcanza la estatura del genio de un Chesterton criollo. Algunos de sus textos, como los de estas fábulas “camperas”, son una muestra acabada del acerado polemista cristiano, librando el bueno combate de su fe en Jesucristo, en aras de la buena teología, con las armas de la buena pluma, en el campo de batalla de la filosofía, la política y la historia. Todo esto suena muy complicado; es mucho más simple. Póngase  a pensar cómo le contaría a un niño, con lenguaje de niño, lo absurdo de la vida del hombre sin Dios; hágalo en menos dee cuatro carillas, y, si tiene el talento filosófico, genio literario, y no ha perdido totalmente su alma de niño, escribirá algo parecido a “la abeja pesimista” de Leonardo Castellani.

Glosemos la fábula. ¿Qué pasa si se deja solo con sus pensamientos a un chico enfermo, en una larga convalecencia, en un somnoliento y polvoroso pueblo santafesino? Se convierte en filósofo, dice nuestra fábula. Un día entra una abeja por la banderola de la habitación, se posa en una tasa de té con miel, pesada, alza vuelo, y como un proyectil se estrella con el vidrio. Una, dos, tres, veinte veces, cayendo atontada… Se para en el travesaño y se pone a pensar. Se pone a filosofar.

¡Pobre abeja! Tiene un instinto de volar hacia la luz; pero cada vez que va hacia ella se da un golpe en la cabeza. Yo no podía levantarme y abrirle, dice el niño convaleciente. “Por arriba, tonta. Hay que volar arriba, abeja, por donde entraste”. Ay, esa luz de afuera; si te busco me hiero, si no te busco, me muero. Abeja pesimista, no estarás buscando mal. ¿Por qué no buscas allá arriba?  

                                                                                    Ramón Eduardo Ruiz Pesce


1
Artículo publicado en Siglo XXI, el Domingo 26 de Abril de 1998. Dos semanas antes, el Domingo 12 de Abril, en el mismo diario, había publicado el artículo evocando a Arturo Ponsati: “Feliz espiga madura, feliz trigo molido, Feliz Pascua de Arturo”.

2 En la página dominical que escribía para Siglo XXI

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