Los graves (e insospechados) peligros de quemar hojas en otoño
ECOCONCIENCIA
Desde la Facultad de Ciencias Naturales de la UNT advierten sobre las consecuencias que acarrea para el medio ambiente y la salud esta práctica frecuente entre los tucumanos.
Por calle Mendoza, cerca de la plaza de Villa Luján, una montaña de casi dos metros de ramas y hojas secas espera por el fuego que reducirá los residuos verdes a cenizas. Los vecinos piensan que así se ahorrarán trabajo y costos pero no evalúan el enorme daño que esta práctica genera en el medio ambiente y en la salud de las personas.
La escena fue observada con preocupación esta semana por Bruno Albornoz, estudiante de último año de la carrera de Biología e integrante del proyecto «Arbolado de Tucumán», una iniciativa que surgió en la Facultad de Ciencias Naturales de la UNTpara generar conciencia ambiental en la ciudad. “En nuestra Provincia la quema de cañaverales, de hojas secas y de basura es una cuestión cultural con graves consecuencias que no son debidamente consideradas”, apuntó y consideró que la práctica se observa tanto en la capital como en el interior, en barrios de sectores acomodados o vulnerables.
Albornoz comentó que investigaciones recientes revelaron que el follaje de un árbol adulto puede fijar anualmente 60 miligramos de cadmio, 140 de cloro, 820 de níquel y hasta 5.800 de plomo. De esta manera cumple con la primordial función de purificar el ambiente, sin embargo, lo que pocos saben es que al prender fuego a las hojas secas estas sustancias son liberadas en forma de dióxido de carbono -uno de los principales causantes del Efecto Invernadero- y de monóxido de carbono, que afecta directamente la salud de las personas.
“La planta cumple con la función de purificar nuestro ambiente porque las hojas retienen muchas sustancias tóxicas. En el proceso de combustión, estas sustancias son liberadas nuevamente al ambiente y producen otras, como la dioxina o el furano, que son Contaminantes Orgánicos Persistentes (COPs) y son tan peligrosos como los pesticidas porque generan muchas enfermedades”, explicó.
Desde Arbolado de Tucumán recordaron que Argentina adhirió a la Declaración de Estocolmo que repara sobre este tipo de emisiones, generalmente invisibilizadas por sus graves efectos nocivos. “Los COPs persisten mucho tiempo, se trasladan fácilmente y presentan bastantes complicaciones porque son biológicamente difícil de degradar”, agregó el futuro profesor de Biología que forma parte de un voluntariado orientado a llevar esta información a las escuelas.
La pregunta, entonces, es qué hacer con las hojas que caen en otoño en las veredas. «Lo primero sería elegir especies que no pierdan tanto follaje durante el otoño. Por lo general, los ejemplares que más hojas pierden son los exóticos (plátanos, fresnos, moras, liquidámbar, entre otros) debido a que en otras latitudes es necesario que en el invierno los árboles queden desnudos para que pasen los rayos del sol. Pero en Tucumán el invierno no es tan crudo como en Europa, por ejemplo, de manera que lo ideal es optar por especies que mantengan su copa, como el chalchal, arrayán o el tomate árbol, que tiene muchas propiedades», ilustró.
Ahora bien, en caso de ya contar con un árbol que pierda su ropaje, «el INTA recomienda reutilizar la hojarasca y colocarla alrededor del mismo árbol o en la base de otras plantas. Lo ideal es humedecerlas para que se degraden rápidamente y vuelvan a la tierra. De esta manera, obtenemos dos beneficios: no contaminamos y enriquecemos el suelo con material orgánico».
Albornoz recomendó pedir asesoramiento a la hora de tomar cualquier decisión respecto al arbolado urbano ya sea la elección del ejemplar, poda o tala. En este sentido, recordó que el árbol de la vereda no pertenece al frentista sino que es un bien público protegido por leyes nacionales con adhesión provincial. En el caso puntual de la quema, rige la Ley Nacional 25.675 de Protección Integral del Medio Ambiente y la Ley Provincial 6253 que prohíbe prender fuego a cualquier vegetación enraizada o seca
Por calle Mendoza, cerca de la plaza de Villa Luján, una montaña de casi dos metros de ramas y hojas secas espera por el fuego que reducirá los residuos verdes a cenizas. Los vecinos piensan que así se ahorrarán trabajo y costos pero no evalúan el enorme daño que esta práctica genera en el medio ambiente y en la salud de las personas.
La escena fue observada con preocupación hace algunas semanas por Bruno Albornoz, estudiante de último año de la carrera de Biología e integrante del proyecto «Arbolado de Tucumán», una iniciativa que surgió en la Facultad de Ciencias Naturales de la UNT para generar conciencia ambiental en la ciudad. “En nuestra Provincia la quema de cañaverales, de hojas secas y de basura es una cuestión cultural con graves consecuencias que no son debidamente consideradas”, apuntó y consideró que la práctica se observa tanto en la capital como en el interior, en barrios de sectores acomodados o vulnerables, según informó eltucumano.com.
Albornoz comentó que investigaciones recientes revelaron que el follaje de un árbol adulto puede fijar anualmente 60 miligramos de cadmio, 140 de cloro, 820 de níquel y hasta 5.800 de plomo. De esta manera cumple con la primordial función de purificar el ambiente, sin embargo, lo que pocos saben es que al prender fuego a las hojas secas estas sustancias son liberadas en forma de dióxido de carbono -uno de los principales causantes del Efecto Invernadero- y de monóxido de carbono, que afecta directamente la salud de las personas.
“La planta cumple con la función de purificar nuestro ambiente porque las hojas retienen muchas sustancias tóxicas. En el proceso de combustión, estas sustancias son liberadas nuevamente al ambiente y producen otras, como la dioxina o el furano, que son Contaminantes Orgánicos Persistentes (COPs) y son tan peligrosos como los pesticidas porque generan muchas enfermedades”, explicó.
Desde Arbolado de Tucumán recordaron que Argentina adhirió a la Declaración de Estocolmo que repara sobre este tipo de emisiones, generalmente invisibilizadas por sus graves efectos nocivos. “Los COPs persisten mucho tiempo, se trasladan fácilmente y presentan bastantes complicaciones porque son biológicamente difícil de degradar”, agregó el futuro profesor de Biología que forma parte de un voluntariado orientado a llevar esta información a las escuelas.
La pregunta, entonces, es qué hacer con las hojas que caen en otoño en las veredas. «Lo primero sería elegir especies que no pierdan tanto follaje durante el otoño. Por lo general, los ejemplares que más hojas pierden son los exóticos (plátanos, fresnos, moras, liquidámbar, entre otros) debido a que en otras latitudes es necesario que en el invierno los árboles queden desnudos para que pasen los rayos del sol. Pero en Tucumán el invierno no es tan crudo como en Europa, por ejemplo, de manera que lo ideal es optar por especies que mantengan su copa, como el chalchal, arrayán o el tomate árbol, que tiene muchas propiedades», ilustró.
Ahora bien, en caso de ya contar con un árbol que pierda su ropaje, «el INTA recomienda reutilizar la hojarasca y colocarla alrededor del mismo árbol o en la base de otras plantas. Lo ideal es humedecerlas para que se degraden rápidamente y vuelvan a la tierra. De esta manera, obtenemos dos beneficios: no contaminamos y enriquecemos el suelo con material orgánico».
Albornoz recomendó pedir asesoramiento a la hora de tomar cualquier decisión respecto al arbolado urbano ya sea la elección del ejemplar, poda o tala. En este sentido, recordó que el árbol de la vereda no pertenece al frentista sino que es un bien público protegido por leyes nacionales con adhesión provincial. En el caso puntual de la quema, rige la Ley Nacional 25.675 de Protección Integral del Medio Ambiente y la Ley Provincial 6253 que prohíbe prender fuego a cualquier vegetación enraizada o seca.