Represión e Impunidad: Malos Aires para Convivir en Argentina

22 de marzo de 1998
Represión e Impunidad: Malos Aires para Convivir en Argentina
La esencia de mi libertad radica en mi respeto por la libertad del otro. E. Mounier
 
En el fondo de un dibujo del humor gráfico de Tute, se ven dos ladrones, barbudos desaliñados y con antifaz. Están en actitud expectante. Al frente, un empleado del gobierno porteño presenta el caso a un funcionario: “Estos caballeros denuncian acoso policial, y habiéndose enterado de la libertad a prostitutas y travestis para trabajar en la vía pública exigen iguales derechos”. “¿Qué son?», pregunta el jefe; “Chorros”, contesta el subordinado.
Conduciendo uno de sus circos cotidianos, el buen gusto y el pudor de Mauro Viale, se vieron desbordados por la discusión en la que se enzarzaron algunos vecinos porteños con un grupo de travestis y prostitutas.  Aquellos que no se les agrediera con ofertas procaces. y obscenas en la vía pública, y que no se defecara u orinara en las veredas de sus viviendas; estos apelaban a la garantía constitucional de circular libremente por el país y defendían los derechos a deambular, trabajar y traficar libremente con su antigua profesión por las “callecitas de Buenos Aires”, que tienen ese qué se yo, ¿Vistes?
 La Reina, del Plata hoy estrena oronda las nuevas libertades porteñas. ¿Moral y civismo? ¿Aseo y Buenas Costumbres dijeron?  Antiguallas cavernícolas. Se han levantado ya los anacrónicos edictos policiales que ponían coto a ciertas conductas otrora consideradas ofensivas y atentatorias al decoro, al pudor y a las buenas costumbres.
Cómo, es que tenemos que volver a las horas en que reinaba la dictadura del todo está prohibido, al imperio del terror, a la maldita policía, la abyección de la tortura, a los aberrantes apremios ilegales, a la averiguación de antecedentes, al criminal de gatillo fácil de los “representantes de la ley” y a la salvaje represión de los “defensores del orden público”. No; decididamente no.   «Libertad, libertad libertad»; ha sonado nuevamente «el ruido de rotas cadenas»; y el péndulo argentino ha vuelto para el todo vale y viva la Pepa (aquella constitución española liberal que se oponía al cavernario grito de «vivan las cadenas»).  El pulso de la convivencia argentina parece estar pautado por ese ritmo espasmódico del «todo está prohibido» y del «todo vale”.  Nuestros humores sociales y nacionales son ciclotímicos; ayer nomás llorábamos la maldita impunidad criminal, que aumentó la criminalidad y la delincuencia en nuestras ciudades y barrios.  Hoy, en defensa de las libertades y derechos de ciertas minorías, instauramos un viva la Pepa porteña.
Un reciente editorial, de La Prensa ha llamado la atención sobre el coherente hilo ideológico -entre irresponsable e ingenuo- que une este nuevo código -aprobado unánimemente por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires-, con la reducción de penas a la, delincuencia dispuesta a partir de 1983.  Tal benignidad penal ha producido en estos quince años “el aumento al cuádruple del número de crímenes cada vez más violentos, muchas veces seguido de muerte, que hoy soporta la población”, dice el editorial.
Estamos aquí ante una errónea concepción de la libertad.  “Para eliminar todo rastro de autoritarismo causa loable en sí misma, se ha caído en la inocente idea de diluir la autoridad para dar paso a un modo de vivir que, en su ligereza, encubrirá la acción delictiva».  Otro vicio fundamental que carcome el «espíritu de estas leyes”, radica en socavar el fundamento mismo de toda norma moral y jurídica: mis derechos y mis libertades terminan donde comienzan los de los demás.
Bajo la dictadura de la flamante permisividad porteña, en cambio, ya podemos hacer lo que nos venga gana, sin temer castigos ni preocuparnos por respetar a los otros. No hacer a o lo que no desearíamos que nos hicieran a nosotros es el fundamento de la convivencia humana. “¿Por qué  no va a defecar en la puerta de su casa?”, protestaba el vecino.
 
Ciudad Impúdica e Indiscreta
Cuando los derechos y la libertad de unos avasallan los derechos y libertades de otros
 
En una lúcida «carta abierta de un ciudadano que ya no entiende casi nada», se pone en evidencia- el desasosiego y la perplejidad en la que están sumidos los porteños, constreñidos a vivir con un código de convivencia «libre», «liberal» o «libertino», a gusto del consumidor.  «Dejan de tener vigencia los edictos policiales», “Buenos Aires, zona liberada”, “las prostitutas y los travestis ya no podrán ser detenidos”; “no se podrá detener a los merodeadores, ni a los borrachos, ni a los vagabundos, ni estará sancionado orinar en la vereda”.
“Se viene el caos”; rezongan los que ya añoran nostalgiosos el hasta ahora vigente “desorden establecido”, regalado por los periclitados edictos policiales.  “Todo sea por una convivencia mejor”, dicen los optimistas que inmolan el viejo orden autoritario y policíaco en el altar de la nueva democracia y de las nuevas libertades. ¿Y los derechos y libertades de la gran mayoría de ciudadanos comunes y corrientes?  Bien, gracias; ignoradas sin aviso.  Ahora, pregunta el ciudadano que ya no entiende casi nada, a quién me quejo, a quién llamo si hay un borracho tirado en la puerta, de mi casa, o un grupo de travestis que ofrecen sus “pertenencias artificiales”, a plena luz del día justo cuando los chicos llegan del colegio.  “Se la tiene que aguantar”, respondió uno de los representantes de ese ciudadano en la legislatura porteña Y uno piensa, reflexiona el ciudadano, seguro que éste vive en un barrio privado donde estas cosas no le pueden pasar Y uno piensa: ¿habrán leído bien la definición de convivencia? El diccionario dice “vida en común”; convivir: «vivir con otra persona, compartir su vida o sus ideas».  Pues bien, yo, habitante de estos barrios, tengo que “convivir” con gente con la que no comparto ni vida ni ideas.  Bien, acepto el desafío, pero si los señores legisladores me garantizan que los otros también aprenderán a convivir conmigo.  Que no invadirán mi sentido del respeto y las buenas costumbres, mi educación moral (tal vez un poco antigua), ni siquiera la forma de cómo debo educar a mis hijos.  Ahora dice, quieren obligarme a cambiar el verbo convivir por soportar. Que quede claro: no tengo que convivir con las prostitutas de mi barrio, (por Código) tengo que soportarlas.  En definitiva, y en nombre muchos que como yo, no terminan de entender qué pasa, sería bueno que todos se dieran cuenta de que la convivencia es como la libertad.  La mía empieza donde termina la de los demás.
Un ciudadano y una ciudad, un cuerpo y, un macrocuerpo, una persona y una comunidad, atesoran un secreto, una intimidad, una. interioridad. Las claves para resguardar este tesoro están en la discreción y en el pudor. La discreción y el pudor son los homenajes que las personas y las comunidades rinden a su dignidad e infinita valía interior. El hombre y la ciudad que viven huyendo de si mismos, abandona la vida personal y lo más personal del vivir; sus indiscreciones traicionan su secreto; sus impudicias, les prostituyen. ¡Ay. mi Buenos Aires. querida, madre de impudicias e indiscreciones!

*Publicación original: Siglo XXI; 22 de marzo de 1998

Es difícil corregir a los perversos,

y el número de estúpidos es infinito”

Eclesiastés, 1, 151

 

Represión e Impunidad: Malos Aires para Convivir en Argentina
La esencia de mi libertad radica en mi respeto por la libertad del otro. E. Mounier

En el fondo de un dibujo del humor gráfico de Tute, se ven dos ladrones, barbudos desaliñados y con antifaz. Están en actitud expectante. Al frente, un empleado del gobierno porteño presenta el caso a un funcionario: “Estos caballeros denuncian acoso policial, y habiéndose enterado de la libertad a prostitutas y travestis para trabajar en la vía pública exigen iguales derechos”. “¿Qué son?», pregunta el jefe; “Chorros”, contesta el subordinado.

Conduciendo uno de sus circos cotidianos, el buen gusto y el pudor de Mauro Viale, se vieron desbordados por la discusión en la que se enzarzaron algunos vecinos porteños con un grupo de travestis y prostitutas.  Aquellos que no se les agrediera con ofertas procaces. y obscenas en la vía pública, y que no se defecara u orinara en las veredas de sus viviendas; estos apelaban a la garantía constitucional de circular libremente por el país y defendían los derechos a deambular, trabajar y traficar libremente con su antigua profesión por las “callecitas de Buenos Aires”, que tienen ese qué se yo, ¿Vistes? 

La Reina, del Plata hoy estrena oronda las nuevas libertades porteñas. ¿Moral y civismo? ¿Aseo y Buenas Costumbres dijeron?  Antiguallas cavernícolas. Se han levantado ya los anacrónicos edictos policiales que ponían coto a ciertas conductas otrora consideradas ofensivas y atentatorias al decoro, al pudor y a las buenas costumbres.

Cómo, es que tenemos que volver a las horas en que reinaba la dictadura del todo está prohibido, al imperio del terror, a la maldita policía, la abyección de la tortura, a los aberrantes apremios ilegales, a la averiguación de antecedentes, al criminal de gatillo fácil de los “representantes de la ley” y a la salvaje represión de los “defensores del orden público”. No; decididamente no.   «Libertad, libertad libertad»; ha sonado nuevamente «el ruido de rotas cadenas»; y el péndulo argentino ha vuelto para el todo vale y viva la Pepa (aquella constitución española liberal que se oponía al cavernario grito de «vivan las cadenas»).  El pulso de la convivencia argentina parece estar pautado por ese ritmo espasmódico del «todo está prohibido» y del «todo vale”.  Nuestros humores sociales y nacionales son ciclotímicos; ayer nomás llorábamos la maldita impunidad criminal, que aumentó la criminalidad y la delincuencia en nuestras ciudades y barrios.  Hoy, en defensa de las libertades y derechos de ciertas minorías, instauramos un viva la Pepa porteña.

Un reciente editorial, de La Prensa ha llamado la atención sobre el coherente hilo ideológico -entre irresponsable e ingenuo- que une este nuevo código -aprobado unánimemente por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires-, con la reducción de penas a la, delincuencia dispuesta a partir de 1983.  Tal benignidad penal ha producido en estos quince años “el aumento al cuádruple del número de crímenes cada vez más violentos, muchas veces seguido de muerte, que hoy soporta la población”, dice el editorial.

Estamos aquí ante una errónea concepción de la libertad.  “Para eliminar todo rastro de autoritarismo causa loable en sí misma, se ha caído en la inocente idea de diluir la autoridad para dar paso a un modo de vivir que, en su ligereza, encubrirá la acción delictiva».  Otro vicio fundamental que carcome el «espíritu de estas leyes”, radica en socavar el fundamento mismo de toda norma moral y jurídica: mis derechos y mis libertades terminan donde comienzan los de los demás.

Bajo la dictadura de la flamante permisividad porteña, en cambio, ya podemos hacer lo que nos venga gana, sin temer castigos ni preocuparnos por respetar a los otros. No hacer a o lo que no desearíamos que nos hicieran a nosotros es el fundamento de la convivencia humana. “¿Por qué  no va a defecar en la puerta de su casa?”, protestaba el vecino.
 
Ciudad Impúdica e Indiscreta

Cuando los derechos y la libertad de unos avasallan los derechos y libertades de otros

 En una lúcida «carta abierta de un ciudadano que ya no entiende casi nada», se pone en evidencia- el desasosiego y la perplejidad en la que están sumidos los porteños, constreñidos a vivir con un código de convivencia «libre», «liberal» o «libertino», a gusto del consumidor.  «Dejan de tener vigencia los edictos policiales», “Buenos Aires, zona liberada”, “las prostitutas y los travestis ya no podrán ser detenidos”; “no se podrá detener a los merodeadores, ni a los borrachos, ni a los vagabundos, ni estará sancionado orinar en la vereda”.

“Se viene el caos”; rezongan los que ya añoran nostalgiosos el hasta ahora vigente “desorden establecido”, regalado por los periclitados edictos policiales.  “Todo sea por una convivencia mejor”, dicen los optimistas que inmolan el viejo orden autoritario y policíaco en el altar de la nueva democracia y de las nuevas libertades. ¿Y los derechos y libertades de la gran mayoría de ciudadanos comunes y corrientes?  Bien, gracias; ignoradas sin aviso.  Ahora, pregunta el ciudadano que ya no entiende casi nada, a quién me quejo, a quién llamo si hay un borracho tirado en la puerta, de mi casa, o un grupo de travestis que ofrecen sus “pertenencias artificiales”, a plena luz del día justo cuando los chicos llegan del colegio.  “Se la tiene que aguantar”, respondió uno de los representantes de ese ciudadano en la legislatura porteña Y uno piensa, reflexiona el ciudadano, seguro que éste vive en un barrio privado donde estas cosas no le pueden pasar Y uno piensa: ¿habrán leído bien la definición de convivencia? El diccionario dice “vida en común”; convivir: «vivir con otra persona, compartir su vida o sus ideas».  Pues bien, yo, habitante de estos barrios, tengo que “convivir” con gente con la que no comparto ni vida ni ideas.  Bien, acepto el desafío, pero si los señores legisladores me garantizan que los otros también aprenderán a convivir conmigo.  Que no invadirán mi sentido del respeto y las buenas costumbres, mi educación moral (tal vez un poco antigua), ni siquiera la forma de cómo debo educar a mis hijos.  Ahora dice, quieren obligarme a cambiar el verbo convivir por soportar. Que quede claro: no tengo que convivir con las prostitutas de mi barrio, (por Código) tengo que soportarlas.  En definitiva, y en nombre muchos que como yo, no terminan de entender qué pasa, sería bueno que todos se dieran cuenta de que la convivencia es como la libertad.  La mía empieza donde termina la de los demás.

Un ciudadano y una ciudad, un cuerpo y, un macrocuerpo, una persona y una comunidad, atesoran un secreto, una intimidad, una. interioridad. Las claves para resguardar este tesoro están en la discreción y en el pudor. La discreción y el pudor son los homenajes que las personas y las comunidades rinden a su dignidad e infinita valía interior. El hombre y la ciudad que viven huyendo de si mismos, abandona la vida personal y lo más personal del vivir; sus indiscreciones traicionan su secreto; sus impudicias, les prostituyen. ¡Ay. mi Buenos Aires. querida, madre de impudicias e indiscreciones!

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  • Frecuencia: cada 1 hora

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