l fin o propósito de la escuela consiste en la laboriosa
tarea de formar personas para gozar de una vida
buena –orientada por el principio de responsabilidad
y servicio para con los otros-. Cuando nos abandonamos
a perseguir las tentaciones placenteras de la buena
vida –yendo tras el disfrute que proporciona el principio de
placer, siempre egoísta-, nos encaminamos al fin o liquidación
de la escuela.
En un libro de cuentos, relata Walter Benjamin, se narra la
fábula del anciano que en su lecho de muerte hace saber a
sus hijos que en su viña hay un tesoro escondido. Sólo tienen
que cavar. Cavaron, pero ni rastro del tesoro. Sin embargo,
cuando llega el otoño, la viña aporta como ninguna otra en
toda la región. Entonces se dieron cuenta de que el padre les
legó una experiencia: la bendición no está en el oro sino en la
laboriosidad.
Esa sabiduría que da la experiencia los mayores se la habían
pasado siempre a los más jóvenes. Y esa transmisión de
la experiencia se hacía con proverbios o narrando historias,
junto a la chimenea, ante hijos y nietos. Pero ¿dónde ha quedado
todo eso en los tiempos que corren? ¿Quién encuentra
hoy gentes capaces de narrar como es debido?
La fábula aludida, para elogiar las virtudes del trabajo esforzado,
relata lo que aquel viejo labrador decía a sus hijos:
“No vendan la herencia que nos han dejado nuestros antecesores:
porque ella encierra un tesoro”. Una comisión de la
Unesco, convocada para analizar la “Educación en el Siglo
XXI”, completaba ese relato diciendo: “pero el anciano fue sabio
al enseñarles, antes de morir, que la capacidad de aprender
es el tesoro”.
¿Quiénes creemos de verdad hoy que la capacidad de aprender
es el tesoro? ¿Cuántos valoramos aquí y ahora, en serio,
la educación? ¿Estimamos como algo importante y esencial a
la escuela para conformar una vida buena? ¿Qué importancia
asignan en la actualidad nuestros políticos o asignamos nosotros,
los hombres de a pie, a la educación y a la escuela para
aprender a convivir fraternalmente?
E
No vendan la herencia que
nos han dejado nuestros
antecesores: porque ella
encierra un tesoro.
Hemos de reconocer que la escuela y la educación no se
cuentan entre nuestras prioridades políticas o personales. Lo
que parece interesarnos prioritariamente es la “buena vida”
–una placentera vida sin esfuerzo- y no la vida buena –inspirada
en que en la laboriosidad y no en el oro está el tesoro-.
Bien se nos ha enseñado, asimismo, que sólo en la sabiduría,
conquistada con esfuerzo, se cumple sabrosamente la vida
buena.
A pesar de tal vaciamiento de la escuela, persiguiendo los
placeres de la buena vida, aquí y ahora, tenemos razones para
esperar una reinvención de la educación y un renacimiento
de la escuela. En nosotros y desde nosotros hay motivos para
creer que podemos recuperar el tesoro de la educación de las
personas y de las comunidades en las que convivimos, nos
movemos y somos.
Tras estas huellas, se nos enseñó también que los hombres
de nuestro tiempo atienden más a los que dan testimonio que
a los que enseñan, y si atienden a los que enseñan es porque
dan testimonio. Y sólo enseña bien el maestro que enseña con
el ejemplo de su vida.
Es por todo esto que en este número de Vida Buena –Aprender
a cuidar al otro– hemos recogido testimonios nuestros –vivos
y actuales– que nos cuenten, en carne y hueso, el tesoro de
la educación y la apuesta por la escuela, aquí y ahora. Queremos
contar y dar cuenta de esos buenos maestros y alumnos
que se encuentran en medio nuestro, testimoniando con sus vidas
que en la búsqueda del tesoro de la educación vale la pena
apostar por la escuela, madre y maestra de la vida buena.
El fin o propósito de la escuela consiste en la laboriosa tarea de formar personas para gozar de una vida buena –orientada por el principio de responsabilidad y servicio para con los otros-. Cuando nos abandonamos a perseguir las tentaciones placenteras de la buena vida –yendo tras el disfrute que proporciona el principio de placer, siempre egoísta-, nos encaminamos al fin o liquidaciónde la escuela.
En un libro de cuentos, relata Walter Benjamin, se narra la fábula del anciano que en su lecho de muerte hace saber a sus hijos que en su viña hay un tesoro escondido. Sólo tienen que cavar. Cavaron, pero ni rastro del tesoro. Sin embargo, cuando llega el otoño, la viña aporta como ninguna otra en toda la región. Entonces se dieron cuenta de que el padre les legó una experiencia: la bendición no está en el oro sino en la laboriosidad.
Esa sabiduría que da la experiencia los mayores se la habían pasado siempre a los más jóvenes. Y esa transmisión de la experiencia se hacía con proverbios o narrando historias, junto a la chimenea, ante hijos y nietos. Pero ¿dónde ha quedado todo eso en los tiempos que corren? ¿Quién encuentra hoy gentes capaces de narrar como es debido?
La fábula aludida, para elogiar las virtudes del trabajo esforzado, relata lo que aquel viejo labrador decía a sus hijos: “No vendan la herencia que nos han dejado nuestros antecesores: porque ella encierra un tesoro”. Una comisión de la Unesco, convocada para analizar la “Educación en el Siglo XXI”, completaba ese relato diciendo: “pero el anciano fue sabio al enseñarles, antes de morir, que la capacidad de aprender es el tesoro”.
¿Quiénes creemos de verdad hoy que la capacidad de aprenderes el tesoro? ¿Cuántos valoramos aquí y ahora, en serio, la educación? ¿Estimamos como algo importante y esencial a la escuela para conformar una vida buena? ¿Qué importancia asignan en la actualidad nuestros políticos o asignamos nosotros, los hombres de a pie, a la educación y a la escuela para aprender a convivir fraternalmente?
Hemos de reconocer que la escuela y la educación no secuentan entre nuestras prioridades políticas o personales. Lo que parece interesarnos prioritariamente es la “buena vida”–una placentera vida sin esfuerzo- y no la vida buena –inspirada en que en la laboriosidad y no en el oro está el tesoro-. Bien se nos ha enseñado, asimismo, que sólo en la sabiduría, conquistada con esfuerzo, se cumple sabrosamente la vida buena.
A pesar de tal vaciamiento de la escuela, persiguiendo los placeres de la buena vida, aquí y ahora, tenemos razones para esperar una reinvención de la educación y un renacimiento de la escuela. En nosotros y desde nosotros hay motivos paracreer que podemos recuperar el tesoro de la educación de las personas y de las comunidades en las que convivimos, nosmovemos y somos.
Tras estas huellas, se nos enseñó también que los hombres de nuestro tiempo atienden más a los que dan testimonio quea los que enseñan, y si atienden a los que enseñan es porque dan testimonio. Y sólo enseña bien el maestro que enseña con el ejemplo de su vida. Es por todo esto que en este número de Vida Buena –Aprendera cuidar al otro– hemos recogido testimonios nuestros –vivos y actuales– que nos cuenten, en carne y hueso, el tesoro de la educación y la apuesta por la escuela, aquí y ahora. Queremos contar y dar cuenta de esos buenos maestros y alumnos que se encuentran en medio nuestro, testimoniando con sus vidas que en la búsqueda del tesoro de la educación vale la penaapostar por la escuela, madre y maestra de la vida buena.
Lalo Ruiz Pesce