Cerca de las 16 del martes, Draco agonizaba a un costado del alambrado de la casa en donde, hace poco más de dos años, lo habían adoptado Luciana Sánchez y su familia. Tenía sangre en la cabeza, la tierra en la que estaba recostado estaba repleta de ella. Sus dueños lo levantaron como pudieron, lo subieron al auto y fueron camino a la vetrerinaria más cercana para salvarlo. Murió ese mismo día, a las 22, en una camilla fría. Una niña de cuatro años lo extraña más que a nada en el mundo y no puede dormir una noche completa desde entonces.
El lunes a media mañana, Draco estaba afuera de su casa, en Lamadrid al 2000, en Yerba Buena. Una vecina solía darle de comer a esa hora. Un niño de 13 años lo vio y se acercó a acariciarlo. Testigos afirman que Draco se levantó en dos patas y empujó al pequeño ─sin intención de morderlo─, que cayó al piso, se embarró y entró corriendo nuevamente a su hogar. Minutos después, el padre del menor, que vive en frente a Luciana, cruzó la calle para advertir que si volvía a ver al animal suelto lo mataría.
En Facebook el ambiente es denso. Comentarios de todo tipo pueden leerse en distintas publicaciones que denuncian el asesinato. Algunos afirman que se trataba de un animal peligroso, otros desestiman esta versión y aseguran que son conocidos de la familia del presunto asesino, que intentan torcer la balanza en su favor. En esa misma red social se está organizando una marcha para pedir justicia por Draco, el próximo 5 de diciembre en Plaza Independencia.
El cachorro, según sus dueños, era juguetón. Nunca nadie, hasta ese día, le había reclamado por algún episodio violento. Tenía dos años y medio. Era cruza de dogo y un perro de la calle. Después de la amenaza que recibió su mascota habían tomado medidas inmediatas: un pasador en el portón evitaba que Draco escapara con facilidad. Sin embargo, el martes a la siesta alguien lo abrió aprovechando su ausencia. «Teníamos que salir, como a las 15, y cuando volvimos a las 15.40 el portón estaba abierto y Draco no estaba. Caminamos unos metros y lo encontramos agonizando a un costrado del alambrado», relata telefónicamente Luciana a El Diario de Yerba Buena. «Mi hija de cuatro años lo vio y se hizo pis», recuerda y asegura que el trágico hecho le dejó secualas psicológicas, incluso a ella. Era un integrante más de la familia.
Gustavo Valdez es veterinario, atiende en Solano Vera primera cuadra. Pasadas las 17 recibió a Draco, en coma. «Apenas respiraba», cuenta. «Al principio la dueña pensó que lo habían agarrado a palazos. Me parecía raro, porque se trataba de un perro grande. Cuando lo examiné mejor vi que tenía plomo en la boca», explica. El profesional ya sabía antes de hacer las placas que confirmarían la causa de las heridas que se trataba de un arma de fuego. Perdigones esparcidos por todo el cráneo fue el resultado. «Una escopeta», aventuró. A las 22, Draco no aguantó más y dio su último respiro.
El veterinario recuerda un curioso momento, días después del trágico episodio. «Una persona vino a pedirme que elimine los comentarios en contra de la persona a la que acusaban de disparar. Le expliqué que no entraba a Facebook y que no lo haría aunque pudiera, porque estamos en democracia. Después me amenazó con demandarme por calumnias e injurias», recuerda.
Luciana aún no entiende la determinación de quien considera el responsable de matar a su perro, al que denunció formalmente en la Policía y en Fiscalía. Espera que la Justicia ordene pronto un allanamiento para encontrar el arma que apagó los ladridos de Draco para siempre.