Cómo sobrevivir a la muerte de un hijo

«¿Cómo hago yo para seguir ahora?», eso fue lo primero que se preguntó Gustavo Guerrero en medio de su desolación. Acababa de recibir la terrible noticia de que «Lauchita», su hijo de cinco años, había muerto aplastado el peso de un viejo árbol. Quienes la han vivido coinciden en que es una sensación indescriptible que se siente en el pecho y que parece aferrarse para siempre al alma. Es que no alcanzan las palabras para acercarse al dolor insondable de la pérdida de un hijo; el peso de esa ausencia que Tatá Pisarello intenta explicar desde la poesía de César Vallejo: “Esos golpes sangrientos son las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema”. Pero no puede ni podrá porque se trata de un dolor indecible que, confiesa después, es como estar al borde de la nada; como sentir una soledad infinita. Sin embargo, sus palabras son de optimismo: es un dolor que es posible superar y del que se puede salir fortalecido. Ese es el mensaje que se promulga desde Renacer, el grupo de autoayuda que ella y su marido, José Divizia, fundaron en Tucumán en 1993 tras la muerte de “Pipi”, su hija de 18 años. Actualmente, el grupo funciona en la provincia como una gran familia que da cobijo a las soledades que dejan esas ausencias.

El grupo Renacer cumplirá 28 años el próximo 5 de diciembre y surgió en Río Cuarto de la pena que tuvo que soportar el matrimonio de Alicia y Gustavo Berti ante la pérdida de su hijo.  Entonces, los Berti tomaron algunas de las enseñanzas de la logoterapia, una disciplina psicoterapéutica fundada por el psiquiatra austriaco Viktor Frankl tras su paso por el horror de los campos de concentración nazis. El objetivo de la logoterapia es la búsqueda de sentido de la existencia humana.

En Tucumán, Tatá Pisarello y José Divizia tomaron la posta de los Berti y crearon en la provincia el grupo que actualmente reúne entre 40 y 60 personas que han sufrido la dolorosa circunstancia de perder un hijo. Aunque también se acercan hermanos, tíos y sobrinos a las reuniones que se desarrollan todos los segundos y cuartos lunes de cada mes a las 20 en el Colegio Suizo (Mendoza 149).  Como explica Divizia, el objetivo de Renacer no es que los padres hagan catarsis, sino que logren un crecimiento espiritual y humano a través de esa experiencia traumática: “La idea es que la muerte de un hijo no sólo te deje dolor, sino también enseñanza. Que te haga un poquito más sabio, que te permita aprender cosas. Y si aprendés, con el tiempo, terminás convirtiéndolo a tu hijo que se ha ido en tu maestro. Vos pasás a ser hijo de él. El homenaje de amor a tu hijo no puede ser morirte junto con él, el homenaje es vivir plenamente la vida que te quede y convertirlo a él en tu maestro”.

El de la muerte de un hijo es un dolor tan excepcional como universal, como lo demuestra la expansión que ha tenido el grupo hacía otros países: nueve en total (incluyendo España y Australia) en tres continentes diferentes. Una difusión sorprendente si se considera que el primer grupo de autoayuda fue el de Alcohólicos Anónimos, creado en Estados Unidos en 1934, y que tardó más de 25 años para extenderse sólo por ese país. La premisa de Renacer es que los padres que han atravesado esa situación son los más preparados para ayudar a otros a comprender esa circunstancia a la que describen como lo más parecido a la propia muerte: “Al principio necesitás de alguien que reconozca ese dolor. El padre que ha perdido un hijo no tiene que explicarme lo que siente porque yo ya he pasado por eso. Esa, es la experiencia de lo más tremendo de nuestra existencia”, explica Tatá Pisarrello para dar cuenta del proceso que atraviesan los que sufren esa pérdida y la forma en que los demás integrantes del grupo los ayuda a superarla. Según Pisarello, en ese amor y comprensión que se brinda al otro está la clave de la propia recuperación: ayudando se ayudan a sí mismos en ese duro trance.

Nacidos del parto más doloroso de todos, de la más indescriptible de todas las tristezas, los padres que hoy forman Renacer crecen día a día. Ahí donde una vida ha quedado trunca, ellos han aprendido a vivir. 

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